Los autores psicoanalíticos coinciden en la necesidad
absoluta e imprescindible de la presencia del otro para lograr la unidad y
síntesis de la imagen corporal. Observamos como las diferentes
conceptualizaciones coinciden en que el nuevo ser se desarrolla en el cuerpo a
cuerpo con la madre –y otros- en un juego de acciones recíprocas.
Desde que nace el bebé –proceso originario- es que
comenzarán a transformar los signos de la vida somática en signos de la vida
psíquica y esta actividad persistirá a lo largo de toda su existencia. Para que
la vida se preserve, es necesario que el entorno pueda satisfacer las
necesidades del cuerpo. La madre protege a su bebé, lo que incluye el cuidado
de su cuerpo. El infante comenzará a aceptar su cuerpo como parte de su propio
ser, y a sentir que el propio ser habita el cuerpo y lo penetra en todas sus
partes. El infante al nacer es como “una
panza unida a un tórax, tiene miembros flojos, y en particular, una cabeza
floja: todas estas partes son reunidas por la madre que ampara al niño y en las
manos de ella se suman en unidad indispensable para la integración yoica (del
yo), base de la coordinación y la gracia del cuerpo, y del placer que se deriva
de la actividad corporal” (Winnicott).
Cada sujeto irá construyendo a través de las diferentes
excitaciones una organización progresiva y peculiar de representaciones, a
través de experiencias de placer y dolor. Se desencadenarán entonces
excitaciones que serán tramitadas para algunos a través de comportamientos
motores sensoriales ligados o no al trabajo mental; para otros, en cambio, se
descargarán directamente a través de los aparatos somáticos. Esta construcción
dependerá del grado en que la madre pueda acompañar afectivamente a su hijo
(con exceso, carencia o insuficiencia de excitaciones), de la constitución de
la familia, o que existan insuficiencias congénitas o accidentales tanto de la
madre o del bebé que dificulten o impidan el despliegue de las funciones
sensorio-motoras del niño, es decir, el funcionamiento perceptivo, base de las
representaciones. Miradas, tacto, sostén, proximidad física durante el baño, la
alimentación y otras interacciones, irán estableciendo una ligazón psicológica.
Las conductas que promueven el apego, mediante el cual el niño establecerá y
mantendrá un sentido de seguridad, que a su vez apuntalará la futura separación
con su madre y la exploración cognitiva de su entorno.
Cada vez que el sistema nervioso central logra un nivel de
maestría, busca un tipo de homeostasis hasta que el sistema nervioso lo
presiona y enfrenta el próximo nivel. La maduración del sistema nervioso,
acompañado por el aumento en la diferenciación de las destrezas, conduzca al
infante a reorganizar los sistemas de control en cada paso. Ajusta, reajuste,
también enfrentados por los padres. El bebé aprende de la comunicación así como
la diferenciación y los padres, a su vez, con ellos.
La madre es para el niño parte de un sistema de
retroalimentación de sus propias acciones y su búsqueda apunta a la sincronía
afectiva con ella.
Nace un bebé y se inicia la historia de su cuerpo, que
depende de la de los vínculos familiares en los que está inserto. El cuerpo del
bebé envuelto en un baño sonoro, que irá estableciendo continuidad al quedar
entrelazados y marcados por la transmisión de los sistemas de valores e ideales
de la cultura y la familia.
El balanceo como primera actividad rítmica musical permite
al bebé experimentar la continuidad del sentimiento de existir, dada su
semejanza con el ritmo cardiaco, binario. Los ritmos musicales y los de nuestro
cuerpo se aproximan y enlazan en sincronías, posibilitando el tránsito entre lo
interno y lo externo.
La sincronía es un elemento que se da en las secuencias de
la interacción temprana, en la que el adulto debe adaptarse al comportamiento
y a los ritmos del bebé.
Las sincronías nos hacen pensar que durante los primeros
meses de vida del niño, madre e hijo buscan hacer coincidir sus ritmos mediante
miradas, vocalizaciones y movimientos. De este modo alcanzan una situación de
acoplamiento que es placentera para ambos.
El estrecho vínculo que une a la madre con el niño permite
que ambos conozcan el ritmo, tiempo y secuencia de los movimientos del otro.
Hay un elemento organizador, en el comportamiento de ambos, con sus
expectativas.
Tomada empíricamente, la sincronía es un prerrequisito
esencial para establecer un apego seguro. La regularidad y la cantidad de
segmentos sincronizados pueden servir para caracterizar la calidad de las
interacciones. La sensibilidad materna puede ser descrita como un componente de
la sincronía, la capacidad de la madre para responder apropiadamente a la
situación y a lo que el bebé comunica.
Los episodios sincrónicos seguidos de reconocimiento social,
contribuyen a la formación de los patrones de apego seguro, mientras que la no
sincronía aparece más como un tono negativo de experiencia de interacción que
puede ser percibido como intrusión o inconsistencia en la interacción.
Entonces pensamos, que como forma de promover y facilitar
estos procesos, las madres tienen sus recursos naturales como son las canciones
y cuentos, entre otros. Música, melodías, canto como parte de ese nuevo tiempo,
en que aparece la espera, ayudando al nuevo ser a hacerla más tolerable.
Espacio de ilusión, espacio transicional, en el terreno de la creatividad.
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